En estos días que pasaron estuve medio bajoneado y pensativo. Como me suele ocurrir a veces, cuando las cosas están mal de repente aparece una pequeña luz de optimismo, aún en los peores momentos.
Estoy caminando siendo las tres de la tarde para despejar pensamientos negativos. De repente me detiene un tipo robusto y alto. Es extranjero, probablemente alemán, con la relajación propia de un bohemio y desplegando en el ambiente el olor de mil porros. Viste con bermudas anchas y luce la camiseta argentina de Messi. Casi con con timidez me pregunta:
-¿Usted me puede decir donde es la calle Lamadrid al ochocientos?. me dijeron que era aquí cerca.- Puedo advertir que su castellano era bueno.
-No maestro, es como diez cuadras en aquella dirección.- Le respondo, es obvio que lo mandaron al carajo.
- OK gracias.- Da media vuelta y se va.
Después se acerca a un vendedor de aloja de maíz con su carrito de lata. El alemán me pide que les saque una foto con su ultramoderna cámara digital. Luego la tomo y mientras saco esa foto, estoy viendo al alemán con la camiseta argentina abrazado del hombre de rasgos aborígenes tucumano y el carrito de lata oxidada como accesorio. Sus rostros contagian la inocencia propia de los niños y el paisaje es la calle Junin y su realidad de mega feria de venta de chucherías. Esta cámara costosa está generando un testimonio sobre una parte de la realidad del ser humano que muchos quieren ocultar. Están allí, emitiendo una gran sonrisa. Se alejan de las miserias del mundo. Con esta imagen me doy cuenta de que nada está perdido. Si bien el aspecto y el vestuario del tucumano es precario, al europeo no le importa. Se están abrazando dos estaturas. Dos edades. Dos Colores de piel. Dos niveles sociales. Dos lenguas. Dos continentes. Dos culturas. Dos sueños.
Es cierto que una parte de la realidad del mundo empeora día a día. No menos cierto es que hay alguna realidad que nos alienta en creer de que todo puede mejorar. Ahora estoy guardando esta foto en la memoria de la maquina digital, pero principalmente en un lugar donde jamás se perderá. En la memoria del corazón de los presentes.
Estoy caminando siendo las tres de la tarde para despejar pensamientos negativos. De repente me detiene un tipo robusto y alto. Es extranjero, probablemente alemán, con la relajación propia de un bohemio y desplegando en el ambiente el olor de mil porros. Viste con bermudas anchas y luce la camiseta argentina de Messi. Casi con con timidez me pregunta:
-¿Usted me puede decir donde es la calle Lamadrid al ochocientos?. me dijeron que era aquí cerca.- Puedo advertir que su castellano era bueno.
-No maestro, es como diez cuadras en aquella dirección.- Le respondo, es obvio que lo mandaron al carajo.
- OK gracias.- Da media vuelta y se va.
Después se acerca a un vendedor de aloja de maíz con su carrito de lata. El alemán me pide que les saque una foto con su ultramoderna cámara digital. Luego la tomo y mientras saco esa foto, estoy viendo al alemán con la camiseta argentina abrazado del hombre de rasgos aborígenes tucumano y el carrito de lata oxidada como accesorio. Sus rostros contagian la inocencia propia de los niños y el paisaje es la calle Junin y su realidad de mega feria de venta de chucherías. Esta cámara costosa está generando un testimonio sobre una parte de la realidad del ser humano que muchos quieren ocultar. Están allí, emitiendo una gran sonrisa. Se alejan de las miserias del mundo. Con esta imagen me doy cuenta de que nada está perdido. Si bien el aspecto y el vestuario del tucumano es precario, al europeo no le importa. Se están abrazando dos estaturas. Dos edades. Dos Colores de piel. Dos niveles sociales. Dos lenguas. Dos continentes. Dos culturas. Dos sueños.
Es cierto que una parte de la realidad del mundo empeora día a día. No menos cierto es que hay alguna realidad que nos alienta en creer de que todo puede mejorar. Ahora estoy guardando esta foto en la memoria de la maquina digital, pero principalmente en un lugar donde jamás se perderá. En la memoria del corazón de los presentes.